domingo, 10 de enero de 2010

El fin de la aldea

Al final solohabían dos supervivientes.

Toda la colonia había vivido en armonía desde hacía mucho tiempo, llevaban mucho más tiempo allí del que podían recordar. No sabían ni cómo eran cuando llegaron, cuánto tiempo llevaban allí o si alguna vez las cosas habían sido diferentes.

Lo único que sabían era lo que les había dicho el anciano, que tuvieran cuidado con las bestias gigantes, que se cuidaran de las uñas de los felinos, de las sombras del bosque y que no se dejaran ver por nadie que no fuera uno de ellos.

La vida había sido feliz durante incontables años, superaron una enfermedad que los transformaba en bestias sin alma, la única que llegó a la aldea. Al final el anciano consiguió curarlos usando su magia.

Después llegó la muerte. La muerte llegó en forma de mujer, la única que habían visto jamás, la tentación de todos sin excepción, que comenzó tentando a los más impulsivos y acabó conquistando a los más distantes, uno por uno, todos acabaron sucumbiendo a los encantos de la única hembra de la aldea.

Al principio todo fue bien, ella iba de puerta en puerta noche tras noche eligiendo a un acompañante, nadie se negó, todos aceptaban gustosos su noche. Con el tiempo aprendieron a disfrutar de las noches sin la presencia de la hembra.

Al cabo de unos meses empezaron las infecciones y las pequeñas enfermedades que parecían multiplicadas por mil. Poco a poco, uno por uno, todos empezaron a sucumbir.

El sabio anciano supo investigando que mal les asolaba, azotaba a los humanos y por lo visto a ellos también. Se transmitía a través de la sangre, a través del sexo y tuvo la certeza de que sería el final de la aldea.

El anciano siempre pensó que el final de los suyos, el que los exterminaría, sería el gigante y su felino. Siempre se las ingeniaban para escapar, pero pensaba que al final el gigante lo conseguiría.
El anciano murió hace tiempo. Solo quedaban dos en la aldea, enfermos, esperando la muerte.
Esperaron la llegada del gigante y el felino. Esta vez no se metieron en sus casas, las minúsculas setas que a ojos de los humanos no podían ser las casas de nadie.

No lucharon por esconderse, simplemente aceptaron su destino en las fauces del gigante.

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